Todo parecía estar avanzando normalmente. El hambre en el África aumentaba, la cantidad de desplazados en Siria también; los Estados Unidos negando el cambio climático, los chalecos amarillos en Francia protestaban y los neofascistas resurgían en Europa. Las bolsas de valores subían y bajaban y los petroleros contaminaban generosamente la atmósfera. Las megaciudades jugaban a ser sostenibles, las multinacionales crecían a costa del medio ambiente de los países del tercer mundo, nuestros compañeros de la red de vida planetaria seguían extinguiéndose , no se paraba de quemar la selva amazónica, los pesqueros industriales depredaban los mares y los turistas confundían los lugares de vida y los venerables monumentos con parques temáticos. La codicia como motor del mundo seguía en marcha, la desigualdad se acentuaba y la humanidad avanzaba engañada hacia el desastre bailando al borde del precipicio. La codicia como motor seguía en marcha. Todo era “normal”.
Súbitamente todo cambió…
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