Él se fijó en ella sobre todo por esa razón. A su esposa, más allá de la belleza de su rostro, la admiró su gracilidad, la gracia con la que se movía, una elegancia innata en sus movimientos. Aparte de eso, ambos se fijaron a la vez en la botella de agua mineral vacía que llevaba en la mano mientras se aproximaba lentamente al control de seguridad.
–Cinturones fuera, vacíen sus bolsillos, ordenadores y tabletas fuera de sus fundas, cremas o líquidos en una bolsa de plástico transparente… –la encargada de su fila interrumpió su cantinela para dirigirse al objeto de su mutua admiración–. Señorita, la botella de agua no la puede pasar.